Colombia
Los antiguos caminos Tayrona, la permanencia de los mamos y la gestión cultural actual reflejan cómo pasado y presente conviven en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Publicado:
Por: Juan Manuel Arias Montenegro
Creativo Digital
Santa Marta, fundada el 29 de julio de 1525, suele reconocerse como el primer asentamiento urbano español permanente de Colombia; sin embargo, su trayectoria histórica es inseparable de la influencia indígena que antecedió y sobrevivió a la colonia.
Esta conexión comenzó mucho antes de la llegada europea, con civilizaciones milenarias que dieron forma al territorio y continúan presentes en la cultura local.
La Sierra Nevada de Santa Marta, considerada por los Kogui, Wiwa, Arhuaco y Kankuamo como el Corazón del Mundo, sostiene una profunda identidad espiritual y política para estos pueblos, quienes mantienen la custodia sagrada de la tierra.
Bajo la Ley de Origen, los indígenas han establecido una relación normativa de gobierno, organización social y prácticas ambientales que ubica la naturaleza en el centro de su existencia y obliga a preservar el equilibrio del universo.
Antes de la llegada de los españoles, la civilización Tayrona floreció en la Sierra Nevada y la costa caribeña entre los años 200 y 1600 D. C. Este pueblo desarrolló una organización compleja y avanzó en tecnologías como la orfebrería, la arquitectura en piedra y la ingeniería hidrográfica.
Los Tayrona hablaban una lengua de la familia Chibcha y se destacaron por su capacidad de transformar el entorno.
Sus principales centros urbanos, como Ciudad Perdida (Teyuna) y Pueblito (Chairama), evidencian este desarrollo. Por ejemplo, Ciudad Perdida, con más de 500 terrazas y una población estimada de hasta 8.000 personas, fue redescubierta por arqueólogos en los años 70, aunque las comunidades indígenas nunca perdieron contacto con el sitio.
Estas ciudades y caminos, junto con los sistemas agrícolas y ceremoniales, demuestran una estructura social avanzada y un sentido de pertenencia al territorio.
Los Tayrona estructuraron su vida en torno a creencias politeístas, rituales agrícolas y una profunda conexión con la naturaleza.
Sus mamos (líderes espirituales) ejercieron poder sobre la vida cotidiana y política, guiados por la idea de mantener el equilibrio cósmico, mientras que la orfebrería, los tejidos y la cerámica reflejaron su cosmovisión, y muchas prácticas sobreviven en los pueblos actuales de la Sierra Nevada, en los que la espiritualidad y la administración del territorio mantienen un vínculo inseparable.
La fundación de Santa Marta marcó un periodo de extracción y violencia, pues la búsqueda del oro Tayrona motivó el asentamiento español y desencadenó conflictos prolongados.
La población indígena, que ascendía a cerca de un millón antes de la conquista, sufrió un colapso demográfico por guerras, trabajo forzado y enfermedades, y la resistencia indígena, sin embargo, persistió durante décadas, recurriendo al refugio en la Sierra Nevada y a redes de comercio e intercambio, incluidos contactos con piratas europeos.
Aunque los españoles consolidaron el control sobre las partes bajas y medias del territorio, nunca lograron una dominación plena, lo que obligó a la creación de resguardos y reconocimientos territoriales formales para los indígenas.
Con el tiempo, incluso tras la independencia, la lucha por el territorio y el reconocimiento no cesó, tomando nuevas formas en el escenario republicano.
Las comunidades Kogui, Wiwa, Arhuaco y Kankuamo aún habitan la Sierra Nevada, razón por la que mantienen su idioma, organización social y prácticas espirituales ancestrales.
La figura del mamo representa la continuidad de un sistema de conocimiento y gobierno basado en la Ley de Origen, que regula la vida y la administración ecológica.
El sistema de conocimiento indígena de la Sierra Nevada fue inscrito en 2022 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, un reconocimiento internacional que ha reforzado la visibilidad y defensa de sus derechos territoriales y culturales, así como la cogestión de áreas protegidas con el Estado y el turismo responsable.
La huella indígena está presente en la toponimia, la gastronomía y las prácticas culturales de la ciudad, pues nombres como Teyuna (Ciudad Perdida) y Chairama (Pueblito), así como la localidad "Cultural Tayrona - San Pedro Alejandrino", mantienen viva la memoria ancestral en el espacio urbano.
Platos tradicionales como el cayeye y las carimañolas evidencian la continuidad de saberes agrícolas y culinarios indígenas.
Los sitios arqueológicos, destinos turísticos y centros de intercambio cultural, como Ciudad Perdida, cumplen un papel esencial en el diálogo entre el pasado y el presente. La gestión conjunta con comunidades indígenas refuerza el valor del patrimonio y la preservación ambiental.