Colombia
Los ataques de corsarios, los desastres del siglo XIX y la relevancia histórica de la Quinta de San Pedro Alejandrino muestran cómo la ciudad honra sus cicatrices para cimentar su legado patrio
Publicado:
Por: Juan Manuel Arias Montenegro
Creativo Digital
Santa Marta, conocida como la Perla del Caribe, se prepara para conmemorar en 2025 sus cinco siglos de historia, pues fundada en 1525, se considera la ciudad más antigua de Colombia y se ha transformado en un símbolo de encuentro cultural y de resiliencia.
Su legado, marcado por la relación entre herencia indígena y presencia colonial, destaca una rica memoria que atraviesa intensos desafíos, reconstrucciones y cambios que han definido su carácter.
La historia de Santa Marta abarca desde la resistencia y el impacto de los pueblos originarios, los ciclos de saqueo y abandono colonial, hasta los periodos de apogeo portuario, la trascendencia de la independencia, la bonanza bananera y el surgimiento turístico.
El 29 de julio de 1525, Rodrigo de Bastidas fundó Santa Marta al pie de la Sierra Nevada, en busca del oro Tayrona.
Este asentamiento se convirtió en el primer núcleo urbano permanente de los españoles en Colombia y en un punto estratégico para la colonización interior; rápidamente, emprendió la exportación de oro y perlas, funcionando como eje regulador y modelo de ciudad europea.
El diseño original reflejaba el plan urbano peninsular, con plaza mayor, edificaciones de la administración y tempranas construcciones religiosas, aunque precarias; por ejemplo, la primera catedral solo se terminó en 1617.
El contraste entre la visión imperial y la fragilidad material imprimió desde temprano un patrón de desarrollo intermitente, marcado por dificultades y desafíos estructurales.
Previa a la llegada de los españoles, la región estaba habitada por los Tayrona y otros pueblos, poseedores de una alta organización social y complejos sistemas de asentamiento, por lo que el choque entre civilizaciones fue violento.
En ese momento histórico, los Tayrona ofrecieron resistencia, aunque su población resultó diezmada y sus riquezas saqueadas y enviadas a España.
La oposición a la dominación colonial persistió a lo largo de los siglos, gracias a grupos como los Caribes de Bonda y Mamatoco, Chimilas y Guajiros, quienes sostuvieron incursiones y expulsaron contingentes independentistas, como lo hicieron los Guajiros en Riohacha en 1819.
Santa Marta soportó más de cuarenta ataques de piratas y corsarios entre los siglos XVI y XVII, con nombres como Hawkins, Drake y Raleigh.
Los saqueos llevaban a la despoblación, la destrucción de fortificaciones y el declive económico, razón por la que comerció menos que Cartagena y se vio empujada al contrabando y la informalidad.
La falta de inversiones por parte de la Corona española ahondó el estancamiento urbano, pues problemas como el hambre, incomunicación por la resistencia de los Chimilas, migraciones obligadas y corrupción afectaron la ciudad.
Frente a estos embates, los habitantes mantuvieron la tenacidad de reconstruir sobre las ruinas, forjando la identidad samaria.
Durante la independencia, Santa Marta vivió conflictos internos y lealtades divididas, condicionadas por la rivalidad con Cartagena y la percepción de trato más equitativo de las autoridades coloniales hacia los indígenas.
La ciudad fue tomada, destruida y recuperada en distintas ocasiones, pagando un alto costo humano, especialmente en la toma de 1820, en la que cayeron centenares de indígenas aliados de los españoles.
Durante la rebelión de 1822-1823, la insurrección indígena se articuló con la causa monárquica, mostrando la autonomía de los pueblos originarios.
El resultado fue una ciudad fragmentada, devastada y golpeada demográficamente, que afrontó el reto de reconstruirse, tanto materialmente como en su tejido social.
El fallecimiento de Simón Bolívar en 1830 en la Quinta de San Pedro Alejandrino confirió a Santa Marta un lugar relevante en la memoria continental y nacional, por lo que la preservación de la Quinta y la creación del Altar de la Patria han convertido este espacio en un referente de la identidad bolivariana y la unidad latinoamericana.
El siglo XIX sumó nuevos desastres, como el terremoto de 1834, la epidemia de cólera y las inundaciones, que provocaron la disminución demográfica y la destrucción urbana.
El impacto de la abolición de la esclavitud y la apertura de nuevos puertos en la costa Caribe condujo a crisis económicas, migraciones y una depresión prolongada. Santa Marta solo inició su recuperación al diversificarse económicamente, con el café y el banano.
Entre 1840 y 1870, la ciudad recuperó dinamismo al convertirse en el principal puerto exportador de la Nueva Granada y al fundarse la Compañía de Vapores, que conectó el Magdalena con el exterior. En ese contexto, la United Fruit Company marcó el rumbo agroindustrial desde finales del siglo XIX.
El impulso empresarial vino acompañado de hitos sociales, como la inauguración de la Fuente de las Cuatro Caras, en homenaje a la abolición de la esclavitud, y el desarrollo de festividades populares, reflejando una vida urbana activa y resiliente.
La bonanza bananera, encabezada por la United Fruit Company desde 1891, generó empleo, atrajo migraciones y propició la construcción de infraestructura, incluido el ferrocarril.
Este auge no estuvo exento de conflicto, como lo evidenció la Huelga de las Bananeras de 1928, que mostró las condiciones precarias de los obreros y terminó en represión y violencia.
A mitad del siglo XX, la bonanza marimbera añadió otra dimensión económica, aunque ligada al tráfico ilícito; este fenómeno, seguido de enfrentamientos y violencia, impactó profundamente la dinámica social y dejó huellas en la memoria regional.
El puerto de Santa Marta, por su ubicación y profundidad natural, ha mantenido su relevancia estratégica en el Caribe colombiano, por lo que su modernización, que inició con administración privada y culminó en un proceso de privatización en los años noventa, trajo avances tecnológicos, eficiencia y una apuesta por la sostenibilidad ambiental, aspirando a la certificación “Eco Puerto”.
La crisis bananera impulsó el desarrollo del turismo desde mediados del siglo XX. El Rodadero, con sus hoteles y rascacielos, se consolidó como nuevo motor económico, este crecimiento acelerado obligó a repensar la gestión urbana, dado el rezago en los servicios públicos y la infraestructura.
La identidad de Santa Marta se refleja en sus barrios, como Pescaíto, Bonda, El Prado, Taganga, Gaira, Mamatoco y la Ciudadela 29 de Julio.
Cada uno dibuja una microhistoria de resistencia, transformación y convivencia de saberes ancestrales y modernidad, contribuyendo a la riqueza cultural de la ciudad.
El Centro Histórico ofrece un recorrido por el pasado, presente y memoria de la ciudad: la Catedral Basílica, la Quinta de San Pedro Alejandrino, el Museo del Oro Tayrona y la Casa de la Aduana cuentan hitos esenciales.
Monumentos y edificaciones emblemáticas dan cuenta de las distintas etapas históricas y son motores de turismo e identidad local.