Colombia
El paso de Teresita Buitrago de una vida rural a los bares de la capital y la llegada de un italiano misterioso sellaron el destino de una de las figuras más recordadas de la crónica criminal.
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Por: Juan Manuel Arias Montenegro
Creativo Digital
A lo largo de sus 487 años de existencia, la ciudad ha visto desfilar episodios violentos que, además de estremecer a la opinión pública, han sido relatados con rigor y detalle por cronistas dedicados a explorarlos desde dentro.
Entre estos escritores destaca Felipe González Toledo, figura central en el periodismo policial colombiano, cuya pluma dejó huella en diarios como El Espectador, El Tiempo y La Razón, además de la revista Sucesos.
Uno de los relatos más representativos de González Toledo que aparece en el libro 20 crónicas policiacas es la historia de Teresita Buitrago, una mujer cuya vida y muerte ilustran el drama, los sueños y la violencia que pueden encerrar las calles de Bogotá.
Teresita Buitrago nació en San Antonio de Tena, municipio hoy conocido como San Antonio del Tequendama, al suroeste de Bogotá.
Su infancia transcurrió en la parcela de sus padres, donde desde muy joven fue reconocida por su atractivo físico, por lo que la imagen de la bella campesina que acudía a misa los domingos se convirtió en un referente local, hasta el punto de que la feligresía prestaba más atención a su figura que al ritual religioso.
Al llegar a la mayoría de edad, Teresita decidió cambiar su destino y dejó atrás la montaña y se fugó a la capital impulsada por el deseo de una vida mejor.
La ciudad, sin embargo, no la recibió como esperaba y tuvo que enfrentar la dura realidad que muchas mujeres campesinas encuentran al migrar a Bogotá, una transición marcada por el rechazo, la precariedad y la soledad.
El sueño citadino se apagó pronto y tras ser abandonada por su compañero de fuga, Teresita inició en Bogotá un camino de supervivencia.
Su situación la empujó a la prostitución, primero en San Victorino, uno de los sectores más populares del centro, y luego en la carrera Séptima; allí, sus atributos atrajeron a numerosos admiradores y le permitieron ahorrar lo suficiente para comprar una pequeña casa en Chapinero, en la calle 59, cerca de la Avenida Caracas.
En ese lugar abrió un bar, cuyas tertulias nocturnas convocaban a una clientela selecta, por lo que entre los personajes que frecuentaban el local se encontraban figuras como El Loco Zamorano, un frustrado médico que se distinguía por el ingenio y el exceso en el consumo de aguardiente.
Otro personaje importante fue Pacho Díaz, vago proveniente de una familia acomodada del Guavio, que mantuvo una relación indefinida pero afectuosa con Teresita.
Antes de la llegada de la figura que marcaría su destino final, Teresita se vio envuelta en un episodio que atrajo la atención judicial y mediática.
Una noche de 1946, un vecino conocido por su rudeza y violencia ingresó al bar y la hostigó, ante la amenaza física, Teresita disparó un revólver de calibre 22, matando de un tiro certero al agresor.
La justicia determinó que actuó en legítima defensa y la liberó, pero este hecho consolidó su reputación en el barrio y, paradójicamente, le permitió fortalecer el negocio.
Al regresar a su vida cotidiana tras el incidente, las reuniones en el bar continuaron, hasta el día en que apareció Angelo Lamarcca, un italiano que emigró a Bogotá después de la Segunda Guerra Mundial y que seducido por la belleza de Teresita, decidió conquistar y pronto le propuso matrimonio, una oferta que ella aceptó al considerar la importancia social de convertirse en "la señora de alguien".
La boda con Lamarcca alteró la cotidianidad del bar e incrementó las tensiones con Pacho Díaz, que trató de disuadir a Teresita sin éxito.
El ambiente doméstico se volvió conflictivo, con episodios de maltrato motivados principalmente por los celos del italiano hacia la relación de su esposa con Díaz.
La tensión alcanzó su punto máximo cuando un día Teresita desapareció sin dejar rastros, razón por la que, ante la ausencia prolongada, Pacho Díaz denunció la misteriosa desaparición.
Días después, el hallazgo de dos maletas en el río Fucha reveló la magnitud del crimen: en su interior yacían los restos desmembrados de una mujer, la cual, ya en la morgue, Díaz reconoció como Teresita y señaló de inmediato a Lamarcca como principal sospechoso.
El avance de la investigación estuvo marcado por irregularidades y sospechas particulares sobre los participantes del círculo cercano a Teresita. Por ejemplo, El Loco Zamorano, por su experiencia en anatomía, fue arrestado, aunque pronto se demostró su inocencia.
Por otro lado, el principal sospechoso, Lamarcca, fue llamado a juicio, pero la escasez de pruebas concluyentes permitió su absolución inicial; no obstante, la presión pública y los indicios acumulados llevaron a que el fallo fuese revocado, aunque ya para entonces el italiano había abandonado el país.
Posteriormente, se supo de su muerte en una cárcel de Caracas.