Colombia
En la historia de Bogotá, el periodismo de González Toledo y los crímenes de Matallana se entrelazaron en una crónica que reveló la compleja relación entre ciudad, justicia y memoria colectiva.
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Por: Juan Manuel Arias Montenegro
Creativo Digital
En la historia de Bogotá, la crónica roja ha sido un espejo de la realidad social, la desigualdad y los retos de seguridad de la capital colombiana, razón por la que desde hace décadas, los periodistas han documentado casos de violencia, robos y homicidios, convirtiendo a la ciudad y sus contrastes en escenario recurrente de narrativas tan estremecedoras como reveladoras.
Por tal motivo, en el contexto del aniversario 487 de Bogotá, Olímpica Stereo revive el nombre de un cronista que marcó época: Felipe González Toledo, autor de una de las más célebres investigaciones sobre el Doctor Mata, Buenaventura Nepomuceno Matallana, uno de los criminales más singulares del siglo XX colombiano.
Felipe González Toledo nació en Bogotá el 27 de julio de 1911 y dedicó su vida al periodismo, fue redactor en algunos de los periódicos y revistas más leídos del país, entre ellos El Liberal, La Razón, El Espectador, El Tiempo y la revista Sucesos.
Su longevidad profesional lo llevó a escribir, incluso en la vejez, las columnas “Hace 25 años” y “Hace 50 años” en El Tiempo, compartiendo la memoria histórica de la ciudad y el país.
Pero, más que cronista, fue testigo de su tiempo y parte de una generación de reporteros que narraron los claroscuros de la Colombia urbana.
En sus textos abordó temas políticos, sociales y policiales, con atención especial en la llamada “crónica roja”, una veta literaria y periodística que dio cuenta de los grandes crímenes y la evolución del delito en Bogotá.
Uno de los casos más resonantes y representativos que González Toledo abordó fue la historia de Buenaventura Nepomuceno Matallana, que sería conocido en la historia como el Doctor Mata, la cual quedó registrada en su libro 20 Crónicas Policiacas
Matallana, nacido a inicios del siglo en la población de Caldas, Boyacá, gozó durante años de un aura de misterio y astucia criminal.
Ejerció como supuesto abogado en la capital y aunque sus estudios no pasaron del nivel primario, gracias a falsificaciones, suplantaciones y carisma, logró abrirse paso como tinterillo en los juzgados bogotanos, en los que tejió una compleja red de engaños, fraudes y asesinatos, siempre apuntando a víctimas con escasas conexiones familiares y poseedoras de algún tipo de fortuna.
Su proceder se basaba en la premeditación y el engaño, dado que seleccionaba personas solitarias, adineradas y aisladas, las cuales, tras asesinarlas, procedía a ocultar sus cuerpos y apropiarse de sus bienes mediante la falsificación de documentos legales.
De acuerdo con la investigación de Felipe González Toledo, Matallana actuó con la colaboración directa de Hipólito Herrera, un cómplice que facilitó varias de las operaciones criminales y que, al igual que su jefe, vio su final tras las rejas.
Entre las historias más documentadas y dramáticas de González Toledo se encuentra el crimen de Alfredo Forero, negociador y cambalachero mayor de 60 años.
Forero, alejado de su familia, mantenía una relación cercana con Merceditas López, joven que resultó clave en el posterior esclarecimiento del delito.
Según la investigación, la relación de negocios entre Forero y Matallana desembocó en la oferta de un terreno en Usme, acompañado de la promesa de una ganancia atractiva.
El día del acuerdo, Forero partió temprano en compañía de Matallana rumbo a los cerros de Calderitas y nunca regresó, razón por la que tras días de incertidumbre, Merceditas comenzó su propio viacrucis en busca de respuestas.
Pese a la indiferencia inicial de las autoridades, la joven insistió hasta lograr que el caso se abriera formalmente, lo que provocó que el detective Capote, asignado a la investigación, lograra enlazar los detalles proporcionados por la pareja de Forero.
La pesquisa llevó al descubrimiento de la ruta seguida aquel día, la identificación de los caballos usados en el viaje y, gracias a una tarjeta profesional hallada en la montura, la certeza de la implicación de Matallana.
Con la evidencia recogida, las autoridades detuvieron e interrogaron a Hipólito Herrera, que terminó revelando el lugar exacto donde yacía el cuerpo de Forero.
La escena del hallazgo, narrada en detalle por González Toledo, revela tanto la crudeza de la época como las limitaciones y particularidades del sistema de justicia criminal colombiano.
"Adelante caminaba Hipólito Herrera con las manos esposadas atrás; le seguía Capote, revólver en mano e inspeccionando el terreno a cada paso, y detrás marchaba Merceditas con su carga de viandas. Capote observó un lugar donde estaba la tierra removida, y su mirada pasaba de la tierra a la cara del preso, y de la cara del preso a la tierra en cuyos contornos había matas de frailejón algo mustias. Tomó a Hipólito por un brazo, le quitó una de las esposas, lo puso contra un árbol más o menos corpulento y ahí quedó atado al cerrarse la argolla que le habían quitado de la mano izquierda. Mientras el preso permanecía abrazado al árbol, el detective se dedicó a reunir leña y luego le ayudó a Merceditas a prender candela. A sólo tres metros del árbol al cual permanecía esposado Hipólito, ardía la leña sobre la cual colocó Mercedes una olla que le habían prestado donde compró la gallina. Agua se consiguió fácilmente, y la muchacha no tardó en despescuezar la gallina. En el agua hirviente Mercedes metió la gallina para desplumarla, y con una navaja de Capote, una vez desemplumado y desencañonado el cuerpo de la inocente víctima de la gula, procedió la improvisada cocinera a abrir el animal y alistarlo para el cocido. Capote lavó la olla y trajo más agua para lavar las papas y preparar el condumio.
Bien pronto, el caldo echó a hervir, y el cautivo, con la máxima expresión de vencimiento, no quitaba sus ojos verdosos de la olla, para él tan distante y tan ajena.
-Señor, por vida suyita, regáleme un sorbito de caldo que me muero de frío.
El detective le respondió con unas preguntas:
-Si se muere de frío, ¿de qué murió don Alfredo Forero? Y ¿dónde lo enterraron?
Cuando ya Capote y Mercedes estaban devorando la gallina y las papas y tomando sorbos de caldo con cuchara de palo turnada, se dieron cuenta de que las lágrimas rodaban por las enjutas mejillas de Hipólito. El detective le pidió que contestara:
-Si le damos gallina, papas y caldo, ¿usted qué nos da?
-Si me dan mas que sea un sorbito de caldo caliente, yo les cuento unas cosas -respondió el preso entre sollozos.
-Dígalas pronto antes de que el caldo se enfríe -lo urgió Capote.
-El finado está enterrado ahí mismito donde usté estuvo mirando.
El detective cortó un palo con la navaja y él mismo se empeñó en remover la tierra y la encontró blanda. En seguida desató a Hipólito del árbol y lo puso a trabajar.
-Le advierto, Hipólito, que si trata de correr le echo plomo.
-No, señor. ¡Ave María!
Después de sacar mucha tierra con ambas manos dijo Hipólito:
-¡Aquí está!
Efectivamente, Capote y Merceditas al mirar al fondo de lo que Hipólito había cavado vieron algo que podría ser un cadáver, es decir, el del señor Forero. Hipólito continuó sacando tierra y vieron más claro: ahí estaba el cadáver de don Alfredo. Merceditas reconoció las ropas que su "viejito" llevaba el día de su desaparición. El detective y la muchacha dieron por cumplida su tarea, Herrera quedó nuevamente esposado y con los chismes de cocina que les habían prestado emprendieron el camino de regreso. Con su navaja Capote fue dejando señales en los árboles y tomando puntos de referencia para no perder la ruta".
A partir del caso Forero, el Doctor Mata fue vinculado con la desaparición de otras personas, entre ellas Leonor López, proxeneta retirada cuyo único hijo buscó sin éxito explicaciones sobre el paradero de su madre.
Matallana se convirtió en sospechoso de varios hechos similares: propiedades transferidas fraudulentamente y testigos desaparecidos en circunstancias sospechosas.
La publicación de estas historias en la prensa impulsó a familiares de otras víctimas a acercarse a las autoridades, aunque gran parte de los crímenes adjudicados a Matallana nunca pudieron ser plenamente esclarecidos.
Documentos y testimonios daban cuenta de un patrón: la escogencia de víctimas vulnerables, la falsificación de instrumentos legales para apropiarse de bienes y la minuciosa eliminación de evidencias.
En el juicio, Matallana fue condenado junto a Hipólito Herrera a 20 años de presidio, aunque posteriormente diversas maniobras legales lograron la anulación de la sentencia original y la convocatoria de un nuevo jurado.
El proceso se extendió varios años y quedó inconcluso para ambos acusados: tanto Matallana como Herrera murieron en prisión, sin haber pagado totalmente por la multiplicidad de delitos cometidos.
Al cierre del proceso penal, la prensa bogotana registró una masiva atención al caso Matallana, razón por la que el Doctor Mata se volvió un personaje infame; su apodo, acuñado en un titular por González Toledo ante la imposibilidad de usar el apellido completo en los espacios del periódico, lo acompañó hasta la muerte.
La sentencia condenatoria y la posterior muerte de los acusados pusieron punto final a uno de los procesos criminales más notorios de Colombia; sin embargo, los crímenes atribuidos a Matallana, en gran parte sin resolver, dejaron huella en la memoria de la ciudad.