Colombia
En entrevista con Temprano es Más Bacano, el alcalde Carlos Fernando Galán pidió paciencia a los ciudadanos y llamó la atención por la falta de fuerza pública.
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Por: Juan Manuel Arias Montenegro
Creativo Digital
Por primera vez en la historia de Bogotá, la Alcaldía Mayor y el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) anunciaron la implosión controlada de dos puentes vehiculares en la intersección de Puente Aranda, punto donde la calle Sexta, la avenida de Las Américas, la calle 13 y la carrera 50 se cruzan como venas abiertas de la ciudad.
El evento, programado para el domingo 12 de octubre, simboliza mucho más que una demolición: marca el inicio visible del megaproyecto de la nueva Calle 13, una promesa antigua y aún inconclusa para la logística y la movilidad bogotana.
En la mañana húmeda y eléctrica de Bogotá, los conductores avanzan a paso de hombre entre vallas naranjas y maquinaria, razón por la que Carlos Fernando Galán, alcalde de Bogotá, reconoció el síntoma con crudeza: “Estamos con una ciudad reventada por las obras, más de mil doscientos frentes de obra”.
Así lo dio a conocer en una entrevista para el programa Temprano es Más Bacano, en la que mezcló la defensa técnica y la empatía cansada, y en el que explicó que existen “dos mil doscientos cincuenta y cuatro PMTs”, los planes para mitigar el tráfico en zonas afectadas por obras de alto impacto.
La irritación ciudadana por los trancones atraviesa la atmósfera como una nube baja, por lo que Galán pidió paciencia, prometió agilidad y recordó la sanción de más de “doscientos mil millones de pesos a contratistas por incumplimientos”.
La historia reciente de Bogotá está marcada por deudas viejas: el metro aún sin terminar, la descontaminación pendiente del río Bogotá, y ahora, la transformación de la calle 13 como arteria estratégica no solo para la capital, sino para toda Colombia.
Detrás de las cifras, emerge una paradoja: “Una obra que llevaba ocho años sin terminar, la 63, la Mutis, ya fue entregada, recibimos obras adjudicadas en 2017 y aún sin acabar”.
El recambio de contratistas, los debates sobre caducar contratos o encontrar alternativas, hacen parte de un tejido complejo en el que cada decisión puede implicar meses de retraso.
El domingo, cuando los explosivos de Indugel se detonen en más de “cuatro mil puntos” de los puentes, casi ocho mil metros cúbicos de escombros caerán para ser reutilizados como relleno en nuevas vías.
“Todo se va a reutilizar”, prometió Galán, que explicó que el cronograma de trabajo busca limitar el caos: para el martes siguiente, la glorieta estará parcialmente habilitada, lista para la siguiente etapa de transformación.
El diseño de la nueva intersección es ambicioso: una glorieta a nivel para el tráfico mixto, una elevada para Transmilenio y un tercer nivel de puentes adicionales; no se trata solo de mejorar el flujo, sino de rehacer la estructura misma de la movilidad urbana.
Entre las medidas para mitigar el impacto de las obras, el alcalde enfatizó la mejora en los PMTs, tanto en diseño como en la velocidad de aprobación.
Pero aquí, la ecuación es amarga: avanzar más rápido requeriría cierres totales, imposibles en una ciudad cuyos habitantes ya están al borde de la exasperación: “Mientras uno resuelve el problema, el remedio afecta más al enfermo”.
Mientras las grúas y los martillos modelan la ciudad del futuro, la inseguridad erosiona la cotidianeidad, pues una denuncia recorre el discurso del alcalde: Bogotá sufre no solo por las obras, también por la falta de policías y fuerza pública.
La ciudad cuenta, según Galán, con apenas “doscientos policías por cada cien mil habitantes”, la tasa más baja entre las grandes urbes de Colombia, dado que ciudades como Santa Marta superan los “doscientos cincuenta e incluso trescientos o cuatrocientos por cada cien mil”.
“Estamos trabajando con cerca de cuatro mil policías menos que en la época del alcalde Petro, y con un millón más de habitantes”, enfatizó Galán, que explicó que el reto se multiplica bajo la lupa de las tasas: a pesar del aumento en 2024, septiembre de 2025 reportó “el menor número de homicidios en veintidós años.”
La estadística matiza la narrativa oficial sobre la violencia en Bogotá, aunque cada muerte, aseguró el alcalde, “es un fracaso que tenemos como sociedad”.
Las responsabilidades y los desencuentros con el Gobierno nacional aparecen en la conversación: la promesa de más policías quedó corta, y los anuncios de refuerzos, cerca de mil quinientos efectivos para mayo próximo, resultan insuficientes ante la dimensión de la carga.
La ciudad, además, recibe todos los días a más de “un millón y medio” de habitantes provenientes de la región circundante, lo que distorsiona y empeora la ratio por habitante y la presión sobre la infraestructura de seguridad.
Bogotá avanza y se agota al mismo tiempo, entre escombros y patrullas insuficientes: “La Policía está dedicada, pero tiene presiones adicionales que usualmente no existen en otras ciudades,” aseveró el alcalde, recordando protestas, conciertos, partidos de fútbol y manifestaciones que exigen recursos que nunca alcanzan.