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Con la llegada del Carnaval, la ciudad se llena de color, música y tradición, pero hay un personaje que se roba el protagonismo con su energía inigualable: la marimonda. Su esencia irreverente y su simbolismo de resistencia cultural la han convertido en uno de los íconos más representativos de esta festividad.
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En el corazón del Barrio Abajo, cuna de la creatividad y la identidad carnavalera, las marimondas encuentran su hogar y mediante un ritmo frenético, desafían cualquier norma. No se trata de un simple disfraz; con su máscara de nariz exagerada, orejas descomunales y mirada burlona, es una expresión de sátira social que desde sus inicios ha servido para burlarse de las élites.
Lo que comenzó como una ingeniosa solución de los barranquilleros con pocos recursos para unirse a la fiesta, se transformó en un símbolo del ingenio y la resistencia. Bastaban un pantalón al revés, una vieja corbata y una máscara casera para encarnar el disfraz más querido del Carnaval, pero sobre todo la disciplina y el esfuerzo por construir un legado que hoy está en manos de Lesly Morales, su hija.
"Si él no hubiese sido tan disciplinado y tan exigente, nosotros no fuésemos el gran grupo que somos hoy en día. Dentro de la persona recochera que veían que era Paraguita, había una persona muy comprometida y muy disciplinada y se ve reflejado en la institución que somos hoy", expresó Morales.
Durante los desfiles, las marimondas son el centro de atención. Su extravagante forma de bailar y moverse al ritmo del porro contagia de alegría a propios y visitantes. Los niños las imitan, los ancianos las aplauden y los turistas quedan maravillados por su desbordante energía.
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