Colombia
En El Peñón, Santander, las cuevas guardan secretos milenarios y el paisaje se convierte en una experiencia espiritual.
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Por: Equipo de Redacción
Redacción Digital
En lo alto de Santander, a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar, se esconde uno de los secretos mejor guardados del turismo colombiano: El Peñón. Rodeado de montañas y cubierto por un mosaico de verdes intensos, este pequeño municipio parece sacado de otro mundo. Lo llaman “el corazón del mundo”, y basta poner un pie en sus cuevas para entender por qué.
Llegar no es fácil. Las vías desde Vélez requieren paciencia, y si la lluvia se interpone, el trayecto puede complicarse. Pero quienes vencen el camino son recompensados con un entorno que no solo desconecta el celular, sino que conecta el alma. Aquí no hay señal, pero sí historias, rutas y paisajes capaces de robar el aliento.
El Peñón es un paraíso para los amantes de la aventura y la espeleología. Bajo sus montañas se extiende una red interminable de cavernas y formaciones rocosas que despiertan la imaginación. La más emblemática es La Tronera, una cueva que, vista desde adentro, recuerda la forma de un corazón y reta a los más valientes a practicar rappel entre estalactitas y estalagmitas.
También están la Cueva del Oro, envuelta en leyendas sobre tesoros escondidos; la Cueva del Caracol, cuya forma en espiral sorprende a los visitantes; la Cueva del Indio, con vestigios de arte rupestre; y Los Carracos, de varios niveles, perfecta para exploradores con buena condición física.
Uno de los lugares más mágicos es el Bosque de Pandora, un corredor de columnas de piedra y vegetación exuberante que muchos comparan con los paisajes de Avatar. Pero quienes lo conocen aseguran que no hay nada igual. El periodista ‘Pirry’ fue uno de los tantos visitantes que no pudo contener las lágrimas al caminar entre su majestuosidad.
Entre caminos estrechos y luz filtrada por la vegetación, este bosque toca fibras profundas. Pero también recuerda la fragilidad del ecosistema. Hace unos años, especies de monos pequeños solían acercarse a los visitantes. Hoy, se han replegado más adentro del bosque, huyendo de la caza.
En El Peñón, la comunidad entendió que la belleza natural también necesita protección. Por eso, no todas las cuevas están abiertas al público. Solo se permite el acceso a aquellas que pueden resistir el paso del ser humano sin sufrir daños irreversibles.
La clave está en recorrer este paraíso con respeto. Usar casco, linterna, guantes y botas pantaneras no es una recomendación, sino una norma esencial. Y siempre, siempre, con un guía local que no solo conoce cada rincón, sino que también cuida su historia, su geología y su biodiversidad.
Para quienes prefieren quedarse en la superficie, los miradores de Panamá y Las Bromelias ofrecen vistas espectaculares. Los amaneceres en Panamá son poéticos, mientras que los atardeceres en Las Bromelias encienden los cielos. Con un café en mano y el silencio del campo, cada momento se vuelve eterno.
El Peñón no es solo un destino turístico. Es una lección de vida. Sus montañas, cuevas y bosques nos enseñan que la naturaleza no necesita ser intervenida para ser extraordinaria. Solo necesita ser respetada.
“Que no sea pan pa’ hoy y hambre pa’ mañana”, dicen los guías del pueblo. Y tienen razón. Si queremos seguir disfrutando de estos paisajes, debemos cuidarlos como lo que son: tesoros únicos en el corazón de Colombia.