Colombia
El reto de los 702 escalones es solo el comienzo: colores, historia, arte y aventura hacen de Guatapé un destino que se disfruta desde temprano… y hasta el atardecer.
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Por: Equipo de Redacción
Redacción Digital
Quien dice que los mejores planes no madrugan no ha visitado Guatapé.
Ubicado a unas dos horas de Medellín, este pueblo antioqueño recibe cada día a cientos de viajeros que llegan atraídos por sus calles de colores y por la majestuosa Piedra del Peñol, un monolito de más de 200 metros de altura que es, sin exagerar, uno de los mejores miradores naturales de Colombia.
Subirla no es fácil. 702 escalones serpentean por su grieta central, en un ascenso que pone a prueba el cuerpo, pero recompensa con una vista inigualable: el embalse Peñol-Guatapé, los pueblos vecinos y la inmensidad verde de Antioquia se abren como un cuadro en 360 grados.
Sin duda, entre las 8:00 y 9:30 de la mañana. A esa hora, la piedra recién abre sus puertas, el clima suele ser más fresco, hay menos gente y se puede disfrutar del mirador con calma, sin filas ni multitudes. También es un buen momento para tomar fotos con una luz suave que resalta los tonos del embalse.
Una vez arriba, además del mirador, hay tiendas de recuerdos, dulces típicos y cafés donde se puede tomar un descanso antes del descenso.
Después del reto físico, llega el premio cultural: Guatapé, conocido como el “Pueblo de los Zócalos”, es una postal viva. Sus casas empedradas, adornadas con figuras en relieve que narran la vida cotidiana, los oficios y la fauna local, convierten cada cuadra en una obra de arte.
La Calle del Recuerdo, por ejemplo, lleva al visitante por la historia del pueblo antes de la construcción del embalse, mientras que la Plazoleta del Zócalo es perfecta para descansar, tomar algo típico y comprar artesanías.
Visitar Guatapé es mucho más que subir la piedra. Con tiempo y buen ánimo, hay al menos cinco planes ideales para recorrer sin afanes:
Quienes madrugan a Guatapé no solo aprovechan el día: descubren un rincón de Antioquia donde la historia, la naturaleza y la cultura se mezclan sin pretensiones.
Desde la cima de la Piedra del Peñol hasta las esquinas empedradas del pueblo, todo invita a quedarse un poco más. A caminar despacio. A mirar con atención. A entender que hay lugares que no solo se visitan: se viven.