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Entre montañas, cascadas, lagunas y calles coloniales, Cundinamarca guarda algunos de los destinos más cautivadores de Colombia. Desde Choachí hasta La Vega, descubre los pueblos que deslumbran por su belleza y diversidad.
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Por: Equipo de Redacción
Redacción Digital

Cundinamarca es un mapa vivo de contrastes. En menos de dos horas, se puede pasar del frío de la montaña al calor de tierras más bajas, del bullicio capitalino a la calma de un pueblo rodeado de ríos y naturaleza.
El departamento cuenta con 116 municipios que mezclan historia, espiritualidad y paisajes que parecen sacados de una postal. Pero ¿cuáles son los más bonitos? La respuesta depende de lo que se busque: bienestar, aventura, descanso o tradición.
A continuación, un recorrido por los pueblos más encantadores de Cundinamarca, cada uno con una esencia que lo hace único.
A solo hora y media de Bogotá, Choachí ha sido reconocido como uno de los pueblos más bonitos del mundo por la Organización Mundial del Turismo (OMT). Rodeado de montañas y niebla, este municipio es el hogar de La Chorrera, la cascada más alta de Colombia con 590 metros de caída.
El trayecto hasta la cascada es una caminata de conexión pura con la naturaleza. Al llegar, el sonido del agua domina el paisaje y hace olvidar el ritmo acelerado de la ciudad.
Además, Choachí ofrece aguas termales naturales, perfectas para descansar el cuerpo y el alma. Su Parroquia San Miguel Arcángel, levantada a finales del siglo XIX, recuerda la herencia colonial y la fe que caracteriza a los pueblos de esta región.
Por su mezcla de bienestar, historia y paisaje, la inteligencia artificial de Google, Gemini, lo eligió como el pueblo más bonito de Cundinamarca.
En menos de una hora desde Bogotá, Zipaquirá recibe a sus visitantes con una joya única en el mundo: la Catedral de Sal, un templo construido a 180 metros bajo tierra y considerada la Primera Maravilla de Colombia.
El recorrido por sus túneles salinos combina fe, arte y arquitectura. Pero Zipaquirá no es solo su catedral: su centro histórico, con calles empedradas y casas coloniales, transporta a otra época.
Aquí se puede disfrutar de una buena taza de café en la plaza principal o probar un ajiaco santafereño frente a la iglesia del pueblo.
Su cercanía y su oferta cultural lo convierten en uno de los destinos más visitados del departamento.
Si hay un lugar donde mito y paisaje se encuentran, es Guatavita. A una hora y media de la capital, este pueblo rodeado de montañas esconde la famosa Laguna de Guatavita, cuna de la Leyenda del Dorado.
Cuenta la historia que los muiscas realizaban rituales sagrados lanzando ofrendas de oro al agua, buscando agradar a sus dioses. Hoy, la laguna sigue siendo un sitio de contemplación y respeto, rodeado de un paisaje silencioso que invita a reflexionar.
El casco urbano de Guatavita, reconstruido en los años 60, destaca por su arquitectura blanca y tejados de barro. Caminar por sus calles es como entrar en una pintura viva. Además, sus restaurantes ofrecen platos típicos como la fritanga o la mazamorra, y su cercanía con otros pueblos como Sesquilé lo hace ideal para un fin de semana completo.
Para quienes buscan escapar del frío bogotano, La Vega es un oasis de verde y sol. A poco más de una hora de la capital, este municipio ofrece un clima cálido perfecto para descansar.
Sus principales atractivos son el Salto del Tabacal, una impresionante cascada rodeada de selva húmeda, y el Parque Natural La Vega, donde se pueden realizar caminatas, avistamiento de aves y camping.
Además, la reserva Paraíso Andino es un refugio para la flora y fauna local, ideal para quienes disfrutan del ecoturismo. Entre el murmullo de los ríos y el canto de los colibríes, La Vega se ha convertido en uno de los destinos preferidos para escapadas cortas desde Bogotá.
A tan solo una hora de la capital, Tenjo combina historia y naturaleza. Su iglesia de Santiago Apóstol, de columnas jónicas y vitrales coloridos, es un símbolo arquitectónico que sorprende por su belleza interior.
La Peña de Juaica, compartida con el municipio de Tabio, es considerada una montaña sagrada por los pueblos originarios y un punto de energía que sigue atrayendo visitantes.
Por su parte, Sesquilé guarda uno de los paisajes más imponentes del altiplano: la Laguna de Guatavita y el Cerro de las Tres Viejas, un lugar perfecto para los amantes del senderismo y el camping.
Más allá de sus paisajes y monumentos, los pueblos de Cundinamarca son una invitación a volver a lo simple: respirar aire puro, caminar sin prisa y reencontrarse con la calma.
Cada uno de estos lugares guarda una historia distinta, pero todos comparten el mismo espíritu hospitalario que caracteriza a esta región de Colombia.
Así que, para el próximo fin de semana, deja el reloj en casa y toma rumbo hacia cualquiera de estos destinos.
Porque a veces, la mejor aventura está a solo una hora de distancia.