Colombia
Un restaurante bogotano lanza su propia escuela para formar a quienes lo sostienen. Entre los rostros que la habitan, un exintegrante del Grupo Niche que volvió a empezar con un saxofón y una segunda oportunidad.
Publicado:
Por: Equipo de Redacción
Redacción Digital
En medio del calor de una cocina, entre chicharrones, ollas y música en vivo, un saxofón sonó como si el aire recordara quién era el que soplaba. Edgar Espinosa, exintegrante del Grupo Niche, volvió a tocar. Esta vez en un gran restaurante colombiano. A su alrededor, colegas lo escuchaban de pie, entre aplausos y ojos brillantes.
La escena fue parte del evento con el que Palos de Leña, una empresa bogotana, celebró 20 años y presentó oficialmente su Escuela de Formación interna y la apertura de su sede número 11. Un espacio que busca enseñar no solo técnicas de cocina o atención al cliente, sino también ofrecer herramientas para el crecimiento personal, el liderazgo y la vida en comunidad.
La Escuela de Formación nace como una apuesta por el talento que ya habita los salones, fogones y oficinas de la empresa. Una plataforma con tecnología propia, cursos por rol, contenidos audiovisuales y rutas de aprendizaje pensadas para acompañar a los más de 160 colaboradores que hacen parte del equipo de Palos de Leña.
Pero más allá de los formatos o los recursos digitales, lo que se presentó esa noche fue una filosofía: la formación como herramienta de transformación real. El trabajo como posibilidad de cambio, de dignidad, de reescritura.
Sus fundadores, Jhon Llanes y Norma Baquero, quieren que este sea un lugar donde la gente no solo cumpla turnos, donde encuentren caminos y puedan decir: “Aquí aprendí algo que me sirvió para la vida”.
Durante la velada, se rindió homenaje a nueve personas que llevan más de cinco años en la empresa. Nombres como Ángela Vaquero, Edgar (gran parrillero), Sandra Chaparro, Angie Palacios o Sonia Vaquero, que comenzaron desde cargos operativos y hoy ocupan roles de liderazgo, fueron mencionados con orgullo. Cada uno con una historia, cada uno con una trayectoria que no suelen ser contadas, pero que sostienen el día a día.
Pero uno de los momentos más conmovedores fue para Edgar, el gran músico. Una vida que tuvo gloria y caída. Pianista talentoso, parte de una de las agrupaciones más emblemáticas del país (Grupo Niche), quien perdió el rumbo durante años. Hoy, desde el saxofón, toca en el restaurante donde también ha encontrado estabilidad, comunidad y afecto.
Norma, visiblemente emocionada, se dirigió a él con estas palabras: “En usted vi los ojos de mi papá”, pues su padre pasó por la misma situación, pero a diferencia de Edgar, él no logró contar su historia.
La nueva escuela no solo pretende estandarizar procesos o mejorar la atención. Su meta es más ambiciosa: formar personas. Que alguien entre sin experiencia y aprenda a cocinar, sí. Pero también que descubra habilidades, fortalezca su autoestima, encuentre apoyo.
El modelo parte del reconocimiento. Saber que hay talento que no viene de universidades ni de academias, sino de la experiencia, de la constancia, de una historia familiar marcada por el esfuerzo.
En un país donde muchos trabajadores rotan sin estabilidad, donde el aprendizaje suele darse por cuenta propia o a la carrera, esta iniciativa es contracorriente. Cree que invertir en las personas no es un gasto, sino la forma más sólida de construir futuro.
La escuela —que comenzará a funcionar oficialmente en los próximos meses— ya deja claro su propósito: hacer que el trabajo también sea un espacio de crecimiento humano. Que quien entre por una puerta buscando empleo, tal vez encuentre mucho más.
Edgar volvió a tocar esa noche. Y en su música no solo había notas, había fuego. Como el que enciende una cocina. Como el que impulsa una idea cuando se cree de verdad en el otro.
Allí, entre mesas y platos, empezó algo más grande: una escuela. Una nueva manera de mirar el trabajo. Y una certeza que sigue sonando fuerte: todos podemos volver a empezar si alguien cree en nosotros, en nuestras raíces y talento.